Como androide había sido programado para observar el mundo, analizarlo, calcular las probabilidades de éxito de las diferentes alternativas y, con todo esto, elegir la mejor opción en cada momento. Sin embargo, con el tiempo la experiencia le había enseñado que las probabilidades sólo son eso y que la opción con más posibilidades de éxito no siempre era la que acababa ocurriendo.

Los humanos se habían enfrentado a este hecho con la invención del optimismo y del pesimismo. Al principio le resultaba imposible comprender por qué interpretaban el mundo desde un punto de vista positivo o negativo según el momento y la situación, cuando era obvio que los hechos eran lo que eran y no iban a cambiar por ver las cosas de otra forma.

Le costó mucho, pero acabó entendiéndolo: con el optimismo, aunque no conseguían mejores resultados, al menos eran más felices y eso, de por sí, ya era algo bueno.