Máquinas de escribir
Cuando empezaba la práctica de mecanografía, el ruido de las teclas siendo golpeadas por una docena de alumnos ocultaba cualquier otro sonido. Él aprovechaba esos minutos para, en el almacén del desván, utilizar una de las máquinas que habían allí guardadas. Sin embargo, debía estar atento a los parones que se producían para que sus pulsaciones no destacaran sobre las demás.
Los espacios de tiempo eran cortos, las teclas demasiado pequeñas y la historia a escribir muy larga. Tardó años en acabar aquel libro. Cuando lo consiguió se quedó mirando el resultado, se encogió de hombros y empezó con la segunda parte.
Notas - 2 notas
Entrañables recuerdos. Antes de estar tu abuela recuerdo a una muchacha de larga melena rodeada de media docena de alumnos de taquigrafía y atenta a más de tres docenas de niñ@s aporreando máquinas de escribir de hierro y teclado de tres pisos.
Gracias señor Ocre, creo que este cuento abraza a un par de generaciones, y estoy segura que todos coincidimos recordándolo con cariño 🙂