Noche de Reyes

– ¿Habéis oído eso? – preguntó Baltasar.
– No os preocupéis – contestó Gaspar -. Sólo es el viento.

El aullido volvió a resonar en la fría noche y un escalofrío recorrió las espaldas de los tres. Fuera lo que fuese, se acercaba.

– ¿Estás seguro? – insistió Melchor -. Yo diría que eso parecía un…

Unas ramas se movieron en el margen del oscuro bosque y, a continuación, una sombra se plantó en medio del camino, gruñendo y resoplando. Los camellos se agitaron inquietos.

– Por favor, déjanos pasar – pidió Baltasar -. Tenemos un compromiso con todos los niños del mundo y debemos cumplirlo.

La luna salió desde detrás de una nube e iluminó al lobo. Babeaba y rebufaba, enseñando los dientes. Levantó una pata en señal de paz.

– Un…. momento… – dijo como pudo -. Sólo… un…. segundo.

Los tres reyes magos lo miraron, expectantes. El lobo se sacó un trozo de papel y se lo entregó al más cercano, Gaspar.

– Pensaba… que no llegaba – continuó el lobo con voz entrecortada -. Los carteros… no pasan por mi cueva… No se creen… que soy vegetariano ¿Podéis hacerme el favor? Mis cachorros…

Gaspar leyó la carta y asintió.

– Ningún problema – contestó el rey -. Antes de que acabe la noche lo tendrás.

– Gracias – respiró aliviado el lobo.

Se saludaron y siguieron su camino. Toda una noche de Reyes quedaba por delante.

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