Aullidos

De noche, a oscuras en su habitación, solía escuchar los sonidos que venían desde el exterior de la casa. El ulular de los búhos, el croar de las ranas, el viento agitando las copas de los árboles, las hojas siendo arrastradas. De alguna forma sonaba suave y armonioso y le ayudaba a dormir.

Una noche, un aullido profundo y desgarrador rompió la noche. Sus ecos parecieron pronunciar su nombre y, al apagarse, todos los demás sonidos del bosque se desvanecieron con él. El silencio invadió el bosque.

Se acurrucó en su cama y se tapó con la manta hasta la nariz. Fuera lo que fuese estaba al otro lado de las paredes. Se imaginaba un lobo de gran tamaño que derribaba los árboles que se ponían en su camino. O quizá un fantasma en busca de venganza por lo que le hubiesen hecho los antiguos habitantes de aquel lugar. O monstruos venenosos con grandes dientes.

Agazapada esperó a que algo ocurriera y, justo cuando parecía que todo había pasado, el aullido volvió multiplicado. Decenas de aquellas cosas estaban allí, juntas, buscándola. Una manada de lobos, un ejército de fantasmas vengadores o de monstruos venenosos. En cualquier caso venían a por ella, la cogerían y entonces…

Se armó de valor, se levantó de la cama en medio de la enorme algarabía y se asomó a la ventana. No había lobos. No había fantasmas. No había monstruos venenosos. Sólo un montón de lucecitas que, por lo que parecía, le estaban dando las buenas noches a su manera.

Notas - 1 nota

  1. Micaela dice:

    Lo habéis clavado, chicos. Cuando os cuente la historieta lo comprobaréis.
    Os quiero.
    Gracias.

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